Nueva York es una ciudad fascinante y contradictoria en la que puede pasar y puedes ver de todo. Una de esas vainas contradictorias que siempre me ha llamado la atención de NYC es que en verano -aunque su verano no sea tan rudo como el de otras ciudades de los EEUU- en algún momento, en algún lugar de la ciudad, vas a sentir el calor más infernal que hayas sentido en tu vida. Para mí, ese calor no tiene que ver con las condiciones climatológicas, sino con la súper energía y las vibraciones de esta maravillosa ciudad.
Ese hervidero era el que se sentía a las 9 de la noche, del pasado viernes 3 de agosto en el Madison Square Garden -claro, algunos sentíamos más calor por algún pana que te ponía a parir, pero bueh-; a esa hora en punto Sting -igualito, pero con un pelo más de arrugas y con el vetusto bajo que siempre ha usado- Andy Summers -con unos cuantos kilos de más encima- y Stewart Copeland -con un montón de canas, pero con su misma genialidad de siempre- abrieron el concierto con una emotiva versión de Message In The Bottle.
El calor y la energía fueron increscendo a lo largo de las dos horas que duró el concierto; en las que hicieron un excelente recorrido por los 5 discos que dejó la banda como legado musical para el disfrute de los fanáticos -viejos y no tan viejos- que se encontraban en el Garden coreando cada una de las canciones de la legendaria agrupación.
Una puesta en escena sobria, sin aspavientos tecnológicos -como U2, por ejemplo- en el que el centro del espectáculo era la interpretación musical del trío y no el escenario, las pantallas o los efectos especiales -con la excepción de las luces y la escenografía de Wrapped Around Your Finger-; hicieron de la velada, una noche para el recuerdo. No sólo porque siempre voy a guardar en mi mente esa noche en el Garden junto a Frances, Patricia y Alberto, sino por los recuerdos a los que me retrotraje de mi ya lejana adolescencia en el LUA junto a Oscar, Sergio, Pablo y Aldo.
El clímax de la noche llegó en el primero de los dos bis cuando sonó la súper poderosa So Lonely, en la que, los pocos que aún permanecían sentados a esas alturas del partido, se levantaron y se unieron a los que sudábamos y brincábamos desde hacía más de hora y media.
Al final de la noche, una lluvia, casi tan poderosa como la presentación del trío británico, nos hizo recordar que el verano en Nueva York es tan contradictorio y fascinante como la ciudad misma.
Ciro
Ese hervidero era el que se sentía a las 9 de la noche, del pasado viernes 3 de agosto en el Madison Square Garden -claro, algunos sentíamos más calor por algún pana que te ponía a parir, pero bueh-; a esa hora en punto Sting -igualito, pero con un pelo más de arrugas y con el vetusto bajo que siempre ha usado- Andy Summers -con unos cuantos kilos de más encima- y Stewart Copeland -con un montón de canas, pero con su misma genialidad de siempre- abrieron el concierto con una emotiva versión de Message In The Bottle.
El calor y la energía fueron increscendo a lo largo de las dos horas que duró el concierto; en las que hicieron un excelente recorrido por los 5 discos que dejó la banda como legado musical para el disfrute de los fanáticos -viejos y no tan viejos- que se encontraban en el Garden coreando cada una de las canciones de la legendaria agrupación.
Una puesta en escena sobria, sin aspavientos tecnológicos -como U2, por ejemplo- en el que el centro del espectáculo era la interpretación musical del trío y no el escenario, las pantallas o los efectos especiales -con la excepción de las luces y la escenografía de Wrapped Around Your Finger-; hicieron de la velada, una noche para el recuerdo. No sólo porque siempre voy a guardar en mi mente esa noche en el Garden junto a Frances, Patricia y Alberto, sino por los recuerdos a los que me retrotraje de mi ya lejana adolescencia en el LUA junto a Oscar, Sergio, Pablo y Aldo.
El clímax de la noche llegó en el primero de los dos bis cuando sonó la súper poderosa So Lonely, en la que, los pocos que aún permanecían sentados a esas alturas del partido, se levantaron y se unieron a los que sudábamos y brincábamos desde hacía más de hora y media.
Al final de la noche, una lluvia, casi tan poderosa como la presentación del trío británico, nos hizo recordar que el verano en Nueva York es tan contradictorio y fascinante como la ciudad misma.
Ciro
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