En mi artículo anterior hablaba del famoso gen, que poseen ciertas especies, que regula el deseo de permanecer con la misma pareja “hasta que la muerte los separe”. El feedback de los comentarios de nuestros lectores fue unánime: ni me dejo inyectar, ni inyecto el bendito gen de marras.
Como el maní es así, me adentré en una modesta investigación de campo -lamentablemente, no tan adentro como quería-, para indagar sobre la reacción de las personas hacia la infidelidad. Aquí trataré de describir lo que dijeron o hicieron mis panas -mujeres y hombres- con los que, con algún trago por delante, conversé. Porque sin alcohol la gente no confesaría algunas vivencias.
Primero que nada, hay dos vainas fundamentales; casi todo el mundo ha montado o ha sido victima de un cacho y tanto mujeres como hombres montan cacho por igual. Ya que el mundo es mundo, entonces la pregunta de rigor es ¿Perdonarías unos cachos?
Obviamente la respuesta es harto complicada y particular, pero se podría resumir en tres vertientes fundamentales: cachos justificables, no justificables –ojo, no es lo mismo justificable que justificado- y ser el cacho de alguien que le está montando cacho a su pareja.
Cacho justificable es: que tú por bolsa no te fuiste con tu jevita/culito/novia/esposa/arrejunte/machuque pa’ Margarita porque “tenías otras vainas más importante que hacer en vez de ir con la familia de la jevita pa’ Margarita”. Y resulta ser que la niña se fue de rumba, conoció a un pillín y, túquiti, te dieron en la nuca; te coronaron, pues. Pero la vaina quedó hasta allí, un one night stand, es decir, no pasó de una noche de copas una noche loca.
Cacho injustificable es: que la zángana al volver de Margarita se siga mandando mensajes de texto, correos electrónicos y tenga encuentros casuales con el pillín; es decir que la vaina se vuelva guachafita.
Ser el cacho de alguien es: ser la tercera persona en la ecuación, que incluso, se han visto casos, hasta pueden ser “panas” del cacheado o cacheada. En este caso perdonar el cacho -both ways- sería mucho más peluo, aunque uno nunca sabe.
Y a ti, ¿Te han perdonado unos cachos o los has perdonado?
Ciro
Como el maní es así, me adentré en una modesta investigación de campo -lamentablemente, no tan adentro como quería-, para indagar sobre la reacción de las personas hacia la infidelidad. Aquí trataré de describir lo que dijeron o hicieron mis panas -mujeres y hombres- con los que, con algún trago por delante, conversé. Porque sin alcohol la gente no confesaría algunas vivencias.
Primero que nada, hay dos vainas fundamentales; casi todo el mundo ha montado o ha sido victima de un cacho y tanto mujeres como hombres montan cacho por igual. Ya que el mundo es mundo, entonces la pregunta de rigor es ¿Perdonarías unos cachos?
Obviamente la respuesta es harto complicada y particular, pero se podría resumir en tres vertientes fundamentales: cachos justificables, no justificables –ojo, no es lo mismo justificable que justificado- y ser el cacho de alguien que le está montando cacho a su pareja.
Cacho justificable es: que tú por bolsa no te fuiste con tu jevita/culito/novia/esposa/arrejunte/machuque pa’ Margarita porque “tenías otras vainas más importante que hacer en vez de ir con la familia de la jevita pa’ Margarita”. Y resulta ser que la niña se fue de rumba, conoció a un pillín y, túquiti, te dieron en la nuca; te coronaron, pues. Pero la vaina quedó hasta allí, un one night stand, es decir, no pasó de una noche de copas una noche loca.
Cacho injustificable es: que la zángana al volver de Margarita se siga mandando mensajes de texto, correos electrónicos y tenga encuentros casuales con el pillín; es decir que la vaina se vuelva guachafita.
Ser el cacho de alguien es: ser la tercera persona en la ecuación, que incluso, se han visto casos, hasta pueden ser “panas” del cacheado o cacheada. En este caso perdonar el cacho -both ways- sería mucho más peluo, aunque uno nunca sabe.
Y a ti, ¿Te han perdonado unos cachos o los has perdonado?
Ciro
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