Si bien es un lugar común, por demás trilladísimo, decirlo -aunque eso no le quita lo bailao-, viajar es uno -si no el más- de los placeres más sabrosos de la vida. Pero no todos los viajes son iguales; además, no todos los viajes son físicos y no todos nos llevan a algún lugar.
Hay viajes de todos los colores y sabores, pero podríamos hacer una primera subdivisión; los Viajes Mentales y los Viajes Físicos. Ambos tienen algo en común: que pueden ser alucinantes -con o sin alucinógenos- y placenteros o reales y frustrantes.
Los Viajes Mentales son un tripeo -valga la redundancia- y se pueden hacer viajando o estando en casa. Además, tienen una ventaja sobre los físicos: no se necesita ni reservación, ni plata, ni vacaciones, ni acompañante, ni millas, ni la Lonely Planet. Adicionalmente, lo mejor de este tipo de viaje es que nos llevan hasta lugares donde sólo nuestra propia imaginación y creatividad son el límite; por eso no hay barreras ni de tiempo, ni de espacio, ni de distancia. Incluso se pueden hacer con esa mujer por la que darías lo que fuera porque te acompañara, pero que, lamentablemente, en el viaje físico sería imposible que estuviera.
Por el contrario, los Viajes Físicos son más complicados -porque necesitas todas esas vainas que no usaste en el mental, más la maleta que no pese más de lo estipulado por la aerolínea; gran dolor de cabeza para muchas- aunque suelen ser los más gratificantes.
Pero empecemos por los menos gratificantes: los Viajes de Trabajo y los Viajes por Compromiso. Los Viajes de Trabajo casi siempre van a ser a una ciudad poco atractiva, en la mitad de un incipiente romance, para la fecha de ese concierto que siempre quisiste ver o con el compañero de oficina más fastidioso que te pudo tocar. Luego está el Viaje por Compromiso, que es ese viaje a la playa con una persona que sabias que era una ladilla, pero que, por compromiso, no te pudiste sacudir y que al final resultó ser un desastre. Aunque este tipo de viaje tiene un único punto positivo: nunca más vas a viajar con esa persona. Y si lo haces, no aprendiste un carajo.
Dentro de los gratificantes tenemos el Viaje Perfecto, el Viaje Espiritual y el Viaje por Despecho. El Viaje Perfecto es ese viaje que haces con las personas o persona ideal para viajar: tiene tus mismas inquietudes, le gustan las mismas cosas, las mismas aventuras, los mismos museos, tienen horarios compatibles, son echaos pa’ lante, son flexibles al viajar y, lo más importante, pueden hablar por horas y horas sin fastidiarse. Adicionalmente, escogen las ciudades claves, las playas paradisíacas y la estación del año perfecta para viajar. El Viaje Espiritual es un viaje que haces -solo o acompañado- para descubrir tus fortalezas o debilidades a través de un viaje místico. Los lugares ideales para hacer estos descubrimientos son: la India, el Tíbet, Israel, la Meca, el Vaticano o la sede principal de Ikea en Suecia. Por último, está el Viaje por Despecho que, aunque parezca paradójico, puede ser muy gratificante, si se logra llegar al destino final: olvidar a ese divino tormento que te perturba. Es un viaje que hay que hacer solo obviamente y bajo condiciones, digamos, no fáciles, a lugares no comunes; no es que te vas a ir de shopping a Miami en primera clase, aunque a más de una le podría resultar. Lo ideal sería un lugar poco poblado, en un medio de transporte no convencional y con hospedaje alternativo, para lograr sacar de ti todas las cosas malas por lo cual la relación no se dio y así poder exorcizarlas y valorar todas las buenas que ella no valoró. Y si se atraviesa alguien en el camino, aun mejor.
Y ahora que empieza el verano, ¿Cuál viaje prefieres?
Ciro
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