La primera acepción de verdad de acuerdo con la definición de la Real Academia Española es: “la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente.” Definición extremadamente subjetiva para mi gusto, aunque en su cuarta acepción de la palabra la RAE da una definición menos ambigua: “juicio o proposición que no puede negarse racionalmente.”
Podríamos argumentar que en nombre de la primera acepción se han cometido, y se cometen, abusos, atropellos y atrocidades de todo calibre; y que en nombre de la cuarta sólo la ciencia y, a veces, uno que otro ser humano, logran imponer la razón.
Pero no quiero filosofar sobre qué es la verdad, a lo que me quiero referir es a los que se creen dueños de ella y, por ende, no aceptan opiniones o posturas diferentes, ni siquiera términos medios. Esto conlleva a la intolerancia, lamentablemente una de las características más nocivas de esos supuestos dueños de la verdad.
Toda esta filosofía barata viene al caso por la actitud histérica del ala ultra conservadora del Partido Republicano -el neonato grupo Tea Party-, a raíz de la -casi- aprobación de la reforma del sistema de salud en Estados Unidos. Por cierto, único país desarrollado sin un sistema universal de salud; para vergüenza de pocos y para orgullo de muchos.
Estos conservadores, cuya verdad es que el aborto es un crimen, los homosexuales son unos enfermos mentales, los negros son inferiores y los inmigrantes son una lacra social de la que hay que deshacerse; se oponen a la reforma del sistema de salud porque su principal verdad es que el Estado no debe intervenir en la vida privada de las personas para garantizarles la salud a los pobres, porque ¿Quién coño los manda a ser pobres? Eso sí, según su verdad, ese mismo Estado debe intervenir en la vida privada de la gente para garantizar que todos tengan un arma -descargada- en su casa, que los homosexuales no se casen, que las mujeres no puedan decidir si tener o no un hijo y que haya democracia en todos los rincones de planeta Tierra donde los intereses del Tío Sam se vean afectados.
En nombre de esa verdad conservadora ya comenzó la Guerra Santa, contra el presidente Obama y contra todos los legisladores demócratas que votaron por la reforma, en forma de insultos, ataques e improperios –incluso llegaron a escupirle a un legislador demócrata negro-; porque la verdad hay que defenderla a cómo dé lugar. Así que lejos de cantar victoria, ahora es que le quedan batallas por librar a Obama para demostrarles a los conservadores, y a los gringos en general, que su proposición no puede negarse racionalmente.
Una reflexión -pangola- final ¿Será que Sean Penn pedirá la cárcel para todos los opositores del pana Barak?
Podríamos argumentar que en nombre de la primera acepción se han cometido, y se cometen, abusos, atropellos y atrocidades de todo calibre; y que en nombre de la cuarta sólo la ciencia y, a veces, uno que otro ser humano, logran imponer la razón.
Pero no quiero filosofar sobre qué es la verdad, a lo que me quiero referir es a los que se creen dueños de ella y, por ende, no aceptan opiniones o posturas diferentes, ni siquiera términos medios. Esto conlleva a la intolerancia, lamentablemente una de las características más nocivas de esos supuestos dueños de la verdad.
Toda esta filosofía barata viene al caso por la actitud histérica del ala ultra conservadora del Partido Republicano -el neonato grupo Tea Party-, a raíz de la -casi- aprobación de la reforma del sistema de salud en Estados Unidos. Por cierto, único país desarrollado sin un sistema universal de salud; para vergüenza de pocos y para orgullo de muchos.
Estos conservadores, cuya verdad es que el aborto es un crimen, los homosexuales son unos enfermos mentales, los negros son inferiores y los inmigrantes son una lacra social de la que hay que deshacerse; se oponen a la reforma del sistema de salud porque su principal verdad es que el Estado no debe intervenir en la vida privada de las personas para garantizarles la salud a los pobres, porque ¿Quién coño los manda a ser pobres? Eso sí, según su verdad, ese mismo Estado debe intervenir en la vida privada de la gente para garantizar que todos tengan un arma -descargada- en su casa, que los homosexuales no se casen, que las mujeres no puedan decidir si tener o no un hijo y que haya democracia en todos los rincones de planeta Tierra donde los intereses del Tío Sam se vean afectados.
En nombre de esa verdad conservadora ya comenzó la Guerra Santa, contra el presidente Obama y contra todos los legisladores demócratas que votaron por la reforma, en forma de insultos, ataques e improperios –incluso llegaron a escupirle a un legislador demócrata negro-; porque la verdad hay que defenderla a cómo dé lugar. Así que lejos de cantar victoria, ahora es que le quedan batallas por librar a Obama para demostrarles a los conservadores, y a los gringos en general, que su proposición no puede negarse racionalmente.
Una reflexión -pangola- final ¿Será que Sean Penn pedirá la cárcel para todos los opositores del pana Barak?
Ciro
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