Apenas tenía un mes de haberme mudado a la capital del Imperio en abril de 2002 y me fui solo a un concierto de los Chemical Brothers en un sitio llamado Nations en la Half Street, al sureste de la ciudad de Washington, DC. Mis amigos me recomendaban que no fuera porque era una zona “muy peligrosa” y porque si perdía el último tren del metro a las 12 de la noche, lo mejor que podía hacer era “buscar vaselina y disfrutarlo”. Afortunadamente, el concierto fue arrechísimo y no tuve que usar la vaselina.
Casi seis años después, más de 600 millones de dólares invertidos y superados un sinfín de obstáculos burocráticos; el que fue hasta ayer uno de los callejones más feos y peligrosos de la ciudad -Half Street SE-, se convirtió -con alfombra roja y todo- en la calle de acceso del magnifico Nationals Park, nuevo hogar de los Washington Nationals. Así funciona el capitalismo salvaje: a punta de real, las zonas paupérrimas y marginadas se convierten en zonas recuperadas y vivibles para el disfrute de la gran mayoría de la población. Al contrario de lo que hace el socialismo del siglo XXI que hace que las zonas que una vez fueron vivibles cada vez se vuelven más paupérrimas.
Pero volvamos a lo que vinimos; conseguir las entradas no fue tarea fácil, ya que se habían agotado en seis minutos el día que salieron a la venta, las de 10 dólares se vendían en e-bay en 175, los revendedores estaban siendo arrestados a las puertas del estadio y ya había rodado en la lotería que se hizo de las entradas finales -a diferencia de Alberto y Cucho-.
Mi fiebre por no perderme a como diera lugar el juego inaugural entre los Bravos de Atlanta y los Nacionales de Washington, me llevo agarrar el metro hacia el estadio 4 horas antes de la voz de play ball. Me puse en una fila en la que había sólo tres personas delante de mí al frente de la taquilla con la esperanza de que alguno de los abonados soltara un par de las entradas que tenía porque no podía ir a la gran cita. Una hora después, mi hermano y yo estábamos pasando por los detectores de metales que el Servicio Secreto había colocado porque Mr Danger iba a lanzar la primera bola.
Una de las vainas que más impresiona al entrar por la puerta principal, donde está el restaurante Red Porch en la parte más alta del Center Field, es que el terreno de juego esta hacia abajo, bien abajo. Una orquesta de salsa, unos cherry blossoms -aun sin flores- la grama más verde que he visto en mi vida y la pantalla más grande de todos los estadios de las Grandes Ligas nos dieron la bienvenida.
Desde los “peores” puestos -peores para ver el juego- se pueden ver el Capitolio, el monumento a Washington y gran parte de la ciudad. Desde los demás puestos “solo” se puede ver la acción del mejor deporte del mundo, pero en Ring Side. Podría decir sin ningún temor que el estadio es mucho más impresionante por dentro que por fuera, de hecho, a lo lejos no impresiona para nada, es mas, se ve regularzon.
Entrar al Nationals Park -se llamará así hasta que una corporación con mucho billete le cambie el nombre- es mucho más que entrar a un estadio de béisbol, es entrar a un inmenso centro comercial donde hay restaurantes, bares, tiendas, suites, puestos de comida rápida, quioscos de cervezas, maquinas de bateo, parque infantil, un área inmensa de Sony PlayStation 3 y cualquier vaina que sirva para quitarle a uno la plata. Las birras cuestan 7,50 dólares débiles, pero un perro 2,50. Además, hay un montón de opciones para comer y beber. Se puede decir que es un estadio funcional, cómodo y práctico. También tiene la certificación de ser el estadio más verde -ecológico- de los EEUU.
Las dimensiones del campo de juego -335 right field, 370 right-center, 402 center, 377 left-center y 336 left field- lo harán un estadio propicio para los bateadores y no para los lanzadores -de hecho, el domingo se conectaron par de jonrones-, a diferencia del vetusto RFK, en el cual muchos de los palos que se creían jonrones terminaban en el guante de alguno de los jardineros.
Hablando de béisbol, el juego fue del carajo, debutó en las Grandes Ligas con los Bravos el tiburón Gregor Blanco y para cerrar con broche de oro la noche; el niño mimado de la afición washingtoniana, Ryan Zimmerman sacudió un cuadrangular con dos outs en el noveno inning para dejar en el terreno a los Bravos y darle un final de película gringa a una noche tan linda -y fría- como esta.
Ciro
Casi seis años después, más de 600 millones de dólares invertidos y superados un sinfín de obstáculos burocráticos; el que fue hasta ayer uno de los callejones más feos y peligrosos de la ciudad -Half Street SE-, se convirtió -con alfombra roja y todo- en la calle de acceso del magnifico Nationals Park, nuevo hogar de los Washington Nationals. Así funciona el capitalismo salvaje: a punta de real, las zonas paupérrimas y marginadas se convierten en zonas recuperadas y vivibles para el disfrute de la gran mayoría de la población. Al contrario de lo que hace el socialismo del siglo XXI que hace que las zonas que una vez fueron vivibles cada vez se vuelven más paupérrimas.
Pero volvamos a lo que vinimos; conseguir las entradas no fue tarea fácil, ya que se habían agotado en seis minutos el día que salieron a la venta, las de 10 dólares se vendían en e-bay en 175, los revendedores estaban siendo arrestados a las puertas del estadio y ya había rodado en la lotería que se hizo de las entradas finales -a diferencia de Alberto y Cucho-.
Mi fiebre por no perderme a como diera lugar el juego inaugural entre los Bravos de Atlanta y los Nacionales de Washington, me llevo agarrar el metro hacia el estadio 4 horas antes de la voz de play ball. Me puse en una fila en la que había sólo tres personas delante de mí al frente de la taquilla con la esperanza de que alguno de los abonados soltara un par de las entradas que tenía porque no podía ir a la gran cita. Una hora después, mi hermano y yo estábamos pasando por los detectores de metales que el Servicio Secreto había colocado porque Mr Danger iba a lanzar la primera bola.
Una de las vainas que más impresiona al entrar por la puerta principal, donde está el restaurante Red Porch en la parte más alta del Center Field, es que el terreno de juego esta hacia abajo, bien abajo. Una orquesta de salsa, unos cherry blossoms -aun sin flores- la grama más verde que he visto en mi vida y la pantalla más grande de todos los estadios de las Grandes Ligas nos dieron la bienvenida.
Desde los “peores” puestos -peores para ver el juego- se pueden ver el Capitolio, el monumento a Washington y gran parte de la ciudad. Desde los demás puestos “solo” se puede ver la acción del mejor deporte del mundo, pero en Ring Side. Podría decir sin ningún temor que el estadio es mucho más impresionante por dentro que por fuera, de hecho, a lo lejos no impresiona para nada, es mas, se ve regularzon.
Entrar al Nationals Park -se llamará así hasta que una corporación con mucho billete le cambie el nombre- es mucho más que entrar a un estadio de béisbol, es entrar a un inmenso centro comercial donde hay restaurantes, bares, tiendas, suites, puestos de comida rápida, quioscos de cervezas, maquinas de bateo, parque infantil, un área inmensa de Sony PlayStation 3 y cualquier vaina que sirva para quitarle a uno la plata. Las birras cuestan 7,50 dólares débiles, pero un perro 2,50. Además, hay un montón de opciones para comer y beber. Se puede decir que es un estadio funcional, cómodo y práctico. También tiene la certificación de ser el estadio más verde -ecológico- de los EEUU.
Las dimensiones del campo de juego -335 right field, 370 right-center, 402 center, 377 left-center y 336 left field- lo harán un estadio propicio para los bateadores y no para los lanzadores -de hecho, el domingo se conectaron par de jonrones-, a diferencia del vetusto RFK, en el cual muchos de los palos que se creían jonrones terminaban en el guante de alguno de los jardineros.
Hablando de béisbol, el juego fue del carajo, debutó en las Grandes Ligas con los Bravos el tiburón Gregor Blanco y para cerrar con broche de oro la noche; el niño mimado de la afición washingtoniana, Ryan Zimmerman sacudió un cuadrangular con dos outs en el noveno inning para dejar en el terreno a los Bravos y darle un final de película gringa a una noche tan linda -y fría- como esta.
Ciro
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