El otro día veía una foto de Gianluigi -mi sobrinito- y me decía: “coño, ojala que él estuviera creciendo en la Venezuela del siglo XX y no la del siglo XXI”. Y me lo decía, no por tirármela de retro, de anacrónico o de querer profesar que “todo tiempo pasado fue mejor”, sino simplemente, porque la Venezuela en la que yo crecí -no mucho, lo sé-; era un país con peos -como cualquier país en desarrollo- con inequidad social, con delincuencia, con pobreza, con corrupción; pero no joda, era una Venezuela de pinga, feliz, sin traumas, sin odios ni resentimientos, en donde había tolerancia y no te imponían formas de pensar, pero, sobre todas las cosas, era una Venezuela moderna.
Nuestra modernidad, o nuestro sueño de ella, -comprada por el excremento del diablo, por supuesto- era orgullo de todos los venezolanos: autopistas, puentes, rascacielos, aeropuertos, teatros, bulevares, centros comerciales, escuelas, hospitales, universidades y, hasta, becas para estudiar en las mejores universidades del mundo; nos permitían soñar con convertirnos algún día en primer mundo. Un sueño que no era tan desquiciado, si tomamos en cuenta que hasta hace sólo 30 años España era un país más atrasado que nosotros.
Pero, desgraciadamente, mi querido Gianluigi está creciendo en la Venezuela del Socialismo del Siglo XXI, donde el retroceso de la modernidad a la prehistoria nos ha tomado, poco menos de 10 años; una Venezuela donde el trueque y el regateo, como formas de intercambio comercial, nos recuerda que rodamos del tren de la modernidad aquel maldito 6 de diciembre de 1998.
Ciro
Nuestra modernidad, o nuestro sueño de ella, -comprada por el excremento del diablo, por supuesto- era orgullo de todos los venezolanos: autopistas, puentes, rascacielos, aeropuertos, teatros, bulevares, centros comerciales, escuelas, hospitales, universidades y, hasta, becas para estudiar en las mejores universidades del mundo; nos permitían soñar con convertirnos algún día en primer mundo. Un sueño que no era tan desquiciado, si tomamos en cuenta que hasta hace sólo 30 años España era un país más atrasado que nosotros.
Pero, desgraciadamente, mi querido Gianluigi está creciendo en la Venezuela del Socialismo del Siglo XXI, donde el retroceso de la modernidad a la prehistoria nos ha tomado, poco menos de 10 años; una Venezuela donde el trueque y el regateo, como formas de intercambio comercial, nos recuerda que rodamos del tren de la modernidad aquel maldito 6 de diciembre de 1998.
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