Las noticias de la semana han sido deprimentes: crisis financiera gringa, caída del precio del petróleo, maletín chavista, aviones rusos violando nuestra soberanía, Chávez queriendo violar otras soberanías, etc. Pero la más impactante para una persona tan frívola como yo, fue la noticia relacionada con sendas investigaciones de la Universidad Emory en Georgia (EEUU) y del Instituto Karolinska de Estocolmo sobre la fidelidad y la infidelidad.
Según los investigadores del Instituto Karolinska, “el gen AVPR1a, gobierna un receptor que regula la producción del cerebro de una hormona que contribuye al comportamiento de apego con la pareja en ratones de campo. Hace unos años, científicos encontraron que al agregar copias extras del gen AVPR1a a los cerebros de ratones promiscuos, éstos empezaron a actuar de forma más monógama y a compartir más tiempo con su pareja. Un rol similar del gen ha sido observado en chimpancés.”
Por su parte los investigadores de la Universidad de Emory en su estudio descubrieron que “este gen logra activar en el cerebro un centro de gratificación neuronal en el momento de estar copulando, lo que genera en ciertos animales una conexión casi indisoluble. Posiblemente, esta sea una parte de la explicación del por qué los pingüinos, los cisnes, los loros, las cigüeñas, las palomas, las ballenas, los puercoespines, algunos lobos y uno que otro primate no se separan de sus parejas ni siquiera ante las situaciones más extremas.”
Lo interesante es que según el estudio 95% de los machos de las otras especies, no mencionadas en el estudio, carecen del fulano gen y, por ende, son más promiscuos que las hembras. ¡Sorpresa, sorpresa!
No soy quien para juzgar a estos pobres animales sobre su tendencia hacia la promiscuidad; mi preocupación acá es cómo estas investigaciones podrían cambiar para siempre nuestras las relaciones de pareja.
Imagínense que uno no se haya leído en bendito estudio ese y vaya llegando a la casa de la novia; y de repente la linda chica le diga a uno con esa voz de cuaima que a veces pone y que tanto nos gusta: “mi amor, hoy quiero que te portes como un ratón, como un mono o como una paloma; pero quiero que lo hagas ya…” Tengo que confesar que mi primera reacción seria: “¡Coño, coroné! Por fin vamos a hacer realidad esa fantasía sexual con la que tanto he soñado…” Pero la lectura en Nature del fulano estudio ese, me haría caer en cuenta que mi fantasía deberá esperar un tiempito más, mientras maree la situación.
Ojo, esta investigación no ha sido comprobada en seres humanos, pero por si acaso para satisfacción de mis queridas cuaimas, “existen resultados de un experimento en los que un promiscuo roedor de pantano se convirtió en un eximio representante de la fidelidad de pareja después de que se le introdujo el respectivo gen en el cerebro a través de un virus.” Y le pregunto a las chicas: ¿Le inyectarías en el cerebro este virus a tu pareja para garantizar que se porte como un ratón, mono o paloma? Y tu pillín: ¿Te dejarías inyectar?
Según los investigadores del Instituto Karolinska, “el gen AVPR1a, gobierna un receptor que regula la producción del cerebro de una hormona que contribuye al comportamiento de apego con la pareja en ratones de campo. Hace unos años, científicos encontraron que al agregar copias extras del gen AVPR1a a los cerebros de ratones promiscuos, éstos empezaron a actuar de forma más monógama y a compartir más tiempo con su pareja. Un rol similar del gen ha sido observado en chimpancés.”
Por su parte los investigadores de la Universidad de Emory en su estudio descubrieron que “este gen logra activar en el cerebro un centro de gratificación neuronal en el momento de estar copulando, lo que genera en ciertos animales una conexión casi indisoluble. Posiblemente, esta sea una parte de la explicación del por qué los pingüinos, los cisnes, los loros, las cigüeñas, las palomas, las ballenas, los puercoespines, algunos lobos y uno que otro primate no se separan de sus parejas ni siquiera ante las situaciones más extremas.”
Lo interesante es que según el estudio 95% de los machos de las otras especies, no mencionadas en el estudio, carecen del fulano gen y, por ende, son más promiscuos que las hembras. ¡Sorpresa, sorpresa!
No soy quien para juzgar a estos pobres animales sobre su tendencia hacia la promiscuidad; mi preocupación acá es cómo estas investigaciones podrían cambiar para siempre nuestras las relaciones de pareja.
Imagínense que uno no se haya leído en bendito estudio ese y vaya llegando a la casa de la novia; y de repente la linda chica le diga a uno con esa voz de cuaima que a veces pone y que tanto nos gusta: “mi amor, hoy quiero que te portes como un ratón, como un mono o como una paloma; pero quiero que lo hagas ya…” Tengo que confesar que mi primera reacción seria: “¡Coño, coroné! Por fin vamos a hacer realidad esa fantasía sexual con la que tanto he soñado…” Pero la lectura en Nature del fulano estudio ese, me haría caer en cuenta que mi fantasía deberá esperar un tiempito más, mientras maree la situación.
Ojo, esta investigación no ha sido comprobada en seres humanos, pero por si acaso para satisfacción de mis queridas cuaimas, “existen resultados de un experimento en los que un promiscuo roedor de pantano se convirtió en un eximio representante de la fidelidad de pareja después de que se le introdujo el respectivo gen en el cerebro a través de un virus.” Y le pregunto a las chicas: ¿Le inyectarías en el cerebro este virus a tu pareja para garantizar que se porte como un ratón, mono o paloma? Y tu pillín: ¿Te dejarías inyectar?
Ciro
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