Las históricas nevadas que azotaron la capital del Imperio la semana pasada colapsaron la ciudad de tal manera que muchas personas se quedaron atrapadas en sus casas –principalmente las personas que viven en los suburbios de Maryland y Virginia- por hasta 5 días, algunas de ellas sin electricidad, sin suficiente comida o sin suficiente birra para paliar la encerrona. Además de palear la nieve.
Pero no me voy a referir a los problemas de infraestructura, transporte o de logística que se presentaron o si el alcalde Fenty hizo o no lo correcto; a lo que me quiero referir es al cómo cada uno de nosotros enfrentó lo que por estos lares llaman el cabin fever. Se conoce como cabin fever a la sensación de claustrofobia que se siente cuando una persona o grupo se quedan encerrados en un mismo lugar por largos periodos de tiempo sin nada que hacer.
En un pequeño estudio -empírico- de campo que hice entre mis panas y por mi propia experiencia pude recopilar varios cuentos que quisiera compartir con ustedes.
Lo primero que me vino a la mente al oír los relatos de los panas fue uno de mis cuentos favoritos de Cortázar: Autopista al Sur. En esta excelente historia, una gran cantidad de personas quedan atrapadas en una brutal tranca de tráfico regresando a Paris un domingo de verano por la tarde. Aunque en nuestro caso fue en el invierno; la similitud radica en cómo cambia el comportamiento humano ante una situación límite.
En mi caso particular durante la semana que duró la cómica de la nieve, trabajaba en el día desde la casa y todas las noches salí -sin importar si estaba nevando, si se podía caminar por las aceras o no o si en viento era de 50 millas por hora-, necesitaba sentir que no estaba atrapado.
Algunas de mis panas se dedicaron al arte -¡y hasta me hicieron un cuadro!-, muchos tomaron fotos, otras comenzaron a beber solas, unos incluso descubrieron que el vodka no era tan malo como pensaban, casi todos tenían la ansiedad de la espera del correo de la oficina que dijera: “debido a las condiciones climatológicas, el gobierno federal no trabajará mañana”, otra amiga descubrió que un buen Cuba Libre puede ser el mejor desestresante, otros se quedaron empiernaos, un amigo todavía tiene la esperanza que la montaña de nieve sobre su carro se va a derretir y no va a tener que quitarla él mismo, una amiga le agarró el gusto a saltar la cuerda para ejercitarse, otros empezaron a extrañar el trabajo, una amiga me confesó que no quería ver un sobre rojo de Netflix por mucho tiempo, otros soportaron estoicamente dolores en sus piernas, otra me confeso que se estaba volviendo loca, más de uno ya no soportaba a la persona con la que estuvo encerrada por tantos días, otros se dedicaron a la lectura, otras a falta de botas comenzaron a usar bolsas para la nieve, algunas empezaron a buscar trabajo, muchos añoraban estar en una playa del Caribe, otros corrieron en underwear, unos descubrieron paginas web que ni sospechaban que existían, la mayoría empezó a odiar la nieve y todo el mundo se dio cuenta que no hay nada como la libertad para poder decidir lo que queremos o no hacer.
¿Y a ti como te trató la encerrona?
Pero no me voy a referir a los problemas de infraestructura, transporte o de logística que se presentaron o si el alcalde Fenty hizo o no lo correcto; a lo que me quiero referir es al cómo cada uno de nosotros enfrentó lo que por estos lares llaman el cabin fever. Se conoce como cabin fever a la sensación de claustrofobia que se siente cuando una persona o grupo se quedan encerrados en un mismo lugar por largos periodos de tiempo sin nada que hacer.
En un pequeño estudio -empírico- de campo que hice entre mis panas y por mi propia experiencia pude recopilar varios cuentos que quisiera compartir con ustedes.
Lo primero que me vino a la mente al oír los relatos de los panas fue uno de mis cuentos favoritos de Cortázar: Autopista al Sur. En esta excelente historia, una gran cantidad de personas quedan atrapadas en una brutal tranca de tráfico regresando a Paris un domingo de verano por la tarde. Aunque en nuestro caso fue en el invierno; la similitud radica en cómo cambia el comportamiento humano ante una situación límite.
En mi caso particular durante la semana que duró la cómica de la nieve, trabajaba en el día desde la casa y todas las noches salí -sin importar si estaba nevando, si se podía caminar por las aceras o no o si en viento era de 50 millas por hora-, necesitaba sentir que no estaba atrapado.
Algunas de mis panas se dedicaron al arte -¡y hasta me hicieron un cuadro!-, muchos tomaron fotos, otras comenzaron a beber solas, unos incluso descubrieron que el vodka no era tan malo como pensaban, casi todos tenían la ansiedad de la espera del correo de la oficina que dijera: “debido a las condiciones climatológicas, el gobierno federal no trabajará mañana”, otra amiga descubrió que un buen Cuba Libre puede ser el mejor desestresante, otros se quedaron empiernaos, un amigo todavía tiene la esperanza que la montaña de nieve sobre su carro se va a derretir y no va a tener que quitarla él mismo, una amiga le agarró el gusto a saltar la cuerda para ejercitarse, otros empezaron a extrañar el trabajo, una amiga me confesó que no quería ver un sobre rojo de Netflix por mucho tiempo, otros soportaron estoicamente dolores en sus piernas, otra me confeso que se estaba volviendo loca, más de uno ya no soportaba a la persona con la que estuvo encerrada por tantos días, otros se dedicaron a la lectura, otras a falta de botas comenzaron a usar bolsas para la nieve, algunas empezaron a buscar trabajo, muchos añoraban estar en una playa del Caribe, otros corrieron en underwear, unos descubrieron paginas web que ni sospechaban que existían, la mayoría empezó a odiar la nieve y todo el mundo se dio cuenta que no hay nada como la libertad para poder decidir lo que queremos o no hacer.
¿Y a ti como te trató la encerrona?
Ciro
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